Y en las
luces que parpadean desde la costa veo de nuevo mi destino.
El agua
salada me guía como arriero al ganado, solo un punto fijo entre las luciérnagas
de los manglares y la garza despega, emigra hasta el ocaso, se pierde en la línea
infinita del mar.
Mi canoa está empatada con retazos, mis remos
rotos y mi voluntad apenas despierta, no puedo ir tan a prisa, debo pausar y
esperar que el impulso del mar me ayude a arribar. Hoy no volveré a lanzar mi
atarraya, hoy no tendré pretensiones, ayunarè por un rato.
Los brazos
pescadores de este lobo del mar se entumecieron,
ahora después de un rato se desprenden del acido láctico y articulan, antes
despertaba desesperado por cazar, ahora me encierro en mis ojos y guardo
silencio, repaso mis cartas, ubico el norte y
el camino se hace pacifico.
Tanto dolor
que me acribilló ahora se hace volátil y
muta, agranda mi espíritu, llegaré de nuevo a la costa y reposaré. Hoy comeré
pollo.
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